Sunday, December 16, 2007





Desde las teorías platónicas donde el cuerpo y las ideas se contraponen en una disyuntiva irrefutable, los procesos históricos entre pueblos no están al margen de esta problemática; cada cultura ostenta dualidades inherentes a ella. Durante la invasión de España a Latinoamérica, utilizando la más violenta de la formas, ésta impuso la religiosidad católica, sus costumbres y doctrinas. Esta duplicidad marcada por la contradicción entre discurso religioso y actuar militarista, impone a su vez en Latinoamérica, llena de diferentes pueblos y civilizaciones con su propia idiosincrasia, una nueva identidad que contiene aun más contradicciones por cuanto alberga tradiciones ancestrales y las nuevas heredadas del invasor.
En este ensayo intentaremos analizar la identidad del pueblo mexicano. Afirmamos que México es un pueblo que mantiene a lo largo de su historia una dualidad entre la identidad mexicana indígena y la mestiza (colonia mestiza).
En el pueblo mexicano encontramos una cultura religiosa concerniente a lo azteca y a la religión católica proveniente de los conquistadores. Según podemos inferir del texto de Octavio Paz, existe el concepto de la chingada y la Malinche: la chingada, es la mujer abierta y violada, es el resultado del conquistador penetrando por la fuerza a la mujer indígena. Sin embargo, los hijos de la chingada son los otros, los no mexicanos, los malinchistas. Por otra parte la Malinche encarna al mito, nadie en México le perdona su colaboración con el invasor, mas nadie negaría a la virgen de Guadalupe, su lugar como madre suprema de todos los mexicanos; seres provenientes de la soledad, fondo de donde brota la angustia y que empezó en el día en que se desprendieron del ámbito materno y cayeron en un mundo extraño y hostil. Así, la chingada y la virgen de Guadalupe, ambas figuras pasivas representan el amor-odio del mexicano hacia si mismo.
Ese mismo concepto podemos aplicarlo entre la dictadura de Porfirio Díaz y la consiguiente revolución de los seguidores de Emiliano Zapata y Francisco Villa. La independencia no mantiene proyectos ni es propositiva de ideas, pues no pretendía cambiar las estructuras económicas ni sociales. En cuanto al proceso revolucionario: Zapata representa los valores del pueblo campesino, sus reivindicaciones son intimas, nunca participó en las reuniones de los caudillos de la revolución, por otra parte Francisco Villa aboga en pos del dialogo político. Frente al "terror místico" que siente Zapata ante la Silla Presidencial, Villa se sienta en ella a carcajadas y, a diferencia de "La tierra" de Emiliano, se contenta con hablar de "las tierritas".
El mexicano se niega a si mismo, a trabes de sus mascaras, sus mentiras, que reflejan sus carencias. El ejemplo que usa Octavio Paz es desconcertante: “De niño, escucho un ruido y al preguntar quien era, una sirvienta recién llegada le contesto: no es nadie señor; soy yo.” Alguien se vuelve nadie y sin embargo, esta presente siempre.
Cada una de las fotografías, nos muestra un México con profundas diferencias que se hacen evidentes en la violencia y la pobreza. Cada fotógrafo captura un pequeño escaño de la sociedad de principio del siglo XX en México. La revolución se muestra resuelta en la figura de hombres y mujeres armados, en la serie de elementos simbólicos como la mazorca, la guitarra y la bandolera. Los fusilamientos nos muestran una atmósfera surreal tanto como la fiesta pagana llena de fuegos de artificio. El culto a la muerte y la fe católica se mezclan en las imágenes de ceremonias en los cementerios. La tecnología se funde con el campesino llegado a la ciudad donde los pobres viven una realidad absolutamente distinta a la promesa de modernidad de las nuevas metrópolis. México mantiene la dualidad ancestral que el invasor español no logró arrebatar completamente de la cultura azteca y ésta orgullosa, se levanta y ocupa cada uno de los rincones de la sociedad mexicana.

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